
Jueves, mi día libre, tanteo tu lado de la cama y ya no estás, quiero abrazarte pero tú ya no estás, me levanto abatido y me dirijo a prisa al baño, intento distinguir tu cuerpo desnudo a través del cristal nublado de la mampara de la ducha, pero ya hace unas horas que abandonaste el hogar. Mi corazón comienza a ralentizarse y miro el reloj, sólo quedan nueve horas para que regreses a casa y me parece toda una vida.
Todavía permanezco un rato imaginándome que sales de la ducha, con esa sonrisa picarona diciéndome ¿Qué miras tonto? Sonrío y regreso a la cama para intentar dormir otra vez y que al despertar ya estés a mi lado, pero no me puedo dormir.
Sueño despierto que entras en casa y yo salgo a recibirte. Me esperas en el pasillo, todavía con la puerta abierta y me miras con ternura, abres los brazos para dejarte abrazar, cual gatito deseoso de caricias, ronroneando y subiendo su lomo para rozar la mano de su dueño; me abrazas mientras pronuncias un “te quiero” y yo te digo “te echaba de menos”. Me besas despacio, sin prisa, como si se hubiera parado el tiempo sólo para nosotros.
Por fin salgo de la cama. La casa tan vacía parece que crece y se hace tan grande que siento que me he quedado solo en un desierto de tarima flotante; corro a por el teléfono, necesito oír tu voz para poder vivir.
No entiendo que me pasa, cuantos más años paso contigo más me cuesta separarme de tu lado. Eres como la luz verde de un taxi en una noche lluviosa, como una droga que cuanto más penetra en mi cuerpo más enganchado estoy, como un perfume que suelta poco a poco su fragancia y ya no quieres ni puedes dejar de olerlo nunca más o como esa melodía que entra en mi cabeza y no puedo dejar de tararear.
No quiero que te separes de mi lado ni un minuto más ¡TE AMO!